Para mí, un clásico de los que hay que leer, y más de una vez. Si entendemos por clásico en literatura aquella obra que transciende en el tiempo sin perder vigencia, El nombre de la rosa, responde a esta definición, aunque únicamente han pasado 30 años desde que apareció (se publicó en 1980).
La novela trancurre en el turbulento ambiente religioso del siglo XIV. Es la Edad Media y corre el invierno de 1327, bajo el papado de Juan XXII. El franciscano Guillermo de Baskerville y su discípulo Adso de Melk, llegan a una abadía benedictina ubicada al norte de Italia y famosa por su impresionante biblioteca con estrictas normas de acceso. Guillermo debe organizar una reunión entre los delegados del Papa y los líderes de la orden franciscana, en la que se discutirá sobre la supuesta herejía de la doctrina de la pobreza apostólica, promovida por una rama de la orden franciscana: los espirituales. La celebración y el éxito de dicha reunión se ven amenazados por una serie de muertes que se producen en la abadía y que los supersticiosos monjes, a instancias del ciego Jorge de Burgos, consideran que siguen la pauta de un pasaje del Apocalipsis.
Guillermo y Adso, evadiendo en muchos momentos las normas de la abadía, intentan resolver el misterio descubriendo que, en realidad, las muertes giran alrededor... (quién quiera saber la continuación ha de leer el libro, o ver la película que tambén está muy bién).
La novela reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía y la rígida división horaria de la vida monacal. Está estructurada en siete días y cada uno de éstos en las correspondiente horas canónicas: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Para conseguir una mejor ambientación, el autor usa en repetidas ocasiones citas en latín, especialmente en las conversaciones eruditas entre los monjes, pero esto no supone ningún problema a la hora de la comprensión (además al final del libro hay un anexo con la traducción de las citas).
La historia está narrada en primera persona por el ya anciano Adso, que desea dejar un registro de los sucesos que presenció siendo joven en la abadía.
El libro finaliza con una frase en latín (STAT ROSA PRISTINA NOMINE, NOMINA NUDA TENEMUS), que da título a la obra y que podría traducirse como "De la rosa nos queda únicamente el nombre". En 1985, Umberto Eco publicó Apostillas a El nombre de la rosa (incluidas en esta edición) donde explica el porqué del título: "La idea de El nombre de la rosa se me ocurrió casi por casualidad, y me gustó porque la rosa es una figura simbólica tan densa que, por tener tantos significados, ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa es una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por la expléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia. Así el lector quedaba con razón desorientado, no podía escoger tal o cual interpretación... El título debe confundir las ideas, no regimentarlas".
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