Hay libros que no pasarán a la historia por su calidad literaria o por tratar temas transcendetales, pero que nos hacen disfrutar con su lectura. Este es el caso de El abuelo que saltó por la ventana y se largó. Es un libro divertido, fácil de leer y no demasiado extenso. Un libro de los que gustan recomendar con la seguridad de que no va a defraudar. Ya el esperpéntico y curioso título nos da pistas del contenido. Está lleno de situaciones divertidas, cómicas por absurdas, que nos arrancan una sonrisa. Sobre todo hay un capítulo que lo encuentro delirante que, naturalmente no lo voy a descubrir. Hay que leerlo.
¿De que va la historia? Momentos antes de que empiece la pomposa celebración de su centésimo cumpleaños,
Allan Karlsson decide que nada de eso va con él. Vestido con su mejor traje y
unas pantuflas, se encarama a una ventana y se fuga de la residencia de ancianos
en la que vive, dejando plantados al alcalde y a la prensa local. Sin saber
adónde ir, se encamina a la estación de autobuses, el único sitio donde es
posible pasar desapercibido. Allí, mientras espera la llegada del primer
autobús, un joven le pide que vigile su maleta, con la mala fortuna de que el
autobús llega antes de que el joven regrese y Allan, sin pensarlo dos veces, se
sube con la maleta, ignorante de que en el interior de ésta se apilan, ¡santo
cielo!, millones de coronas de dudosa procedencia.
Pero Allan Karlsson no es un
abuelo fácil de amilanar. A lo largo de su centenaria vida ha tenido un montón
de experiencias de lo más singulares: desde inverosímiles encuentros con
personajes como Franco, Stalin o Churchill, hasta amistades comprometedoras como
la esposa de Mao, pasando por actividades de alto riesgo como ser agente de la
CIA o ayudar a Oppenheimer a crear la bomba atómica.
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